EPÍLOGO ACERCA DEL ALMA DESILUSIONADA

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Está tan recorrido [el ciudadano alemán], como cualquiera, por corrientes de una intensidad extrema de las cuales no comprende sino pocas cosas, que él no ha elegido y cuyas consecuencias mide de manera equivocada.                                 Georges Bataille. 1938

Ha cambiado mucho el mundo y sobre todo el núcleo del mundo que es nuestro corazón. A las pequeñas variaciones de inclinación que este aparato cordial sufre, corresponden los cambios más gigantes en la perspectiva universal.

José Ortega y Gasset. El Espectador.

Ideas de los Castillos.


Para mí, los aspectos relaciónales que en el presente llamamos lo político o lo económico, corresponden a los resultados del emocionar que guía las relaciones interpersonales en nuestra cultura patriarcal, y considero que la discriminación sexual en ella es secundaria tanto con respecto a las relaciones de dominación y sometimiento como con respecto a la valoración de la procreación. Por eso considero que debe ser primaria la mirada a las emociones como lo que guía y define lo que pasa en las conductas relaciónales.

Mientras NO nos hagamos cargo del carácter básico de las emociones como fundamento de nuestro quehacer y nuestro razonar, NO podremos comprender el vivir humano y animal, y NO podremos vivir el cambio de conciencia que nos permitirá entrar desde nuestra comprensión como un acto intencional a la edad de la honestidad y la colaboración en la recuperación de la biología del amor como el eje emocional de nuestro convivir.

Sacha Romesín. Prefacio Placer Sagrado


Ese SUICIDIO EN CÁMARA LENTA, se llama: CRISIS HISTÓRICA.   Den like a Don Francisco Ala Triste por esta imagen en este video:

Toynbee El Colapso de las Civilizaciones


El filósofo, el intelectual, anda siempre entre los bastidores revolucionarios. Sea dicho en su honor. Es él el profesional de la razón pura, y cumple con su deber hallándose en la brecha antitradicionalista. Puede decirse que en esas etapas de radicalismo –al fin y al cabo las más gloriosas de todo ciclo histórico– consigue el intelectual el máximun de intervención y autoridad. Sus definiciones, sus conceptos "geométricos" son la sustancia explosiva que, una vez y otra, hace en la historia saltar las ciclópeas organizaciones de la tradición. Así, en nuestra Europa surge el gran levantamiento francés de la abstracta definición que los enciclopedistas daban del hombre. Y el último conato, el socialista, procede igualmente de la definición no menos abstracta, forjada por Marx, del hombre que NO es sino obrero, del "obrero puro". En el ocaso de las revoluciones van dejando las ideas de ser un factor histórico primario, como no lo eran tampoco en la edad tradicionalista.


En el siglo II a. C., el mundo grecorromano estuvo atormentado por revoluciones, guerras y rumores de guerras, y hervía de tumulto y violencia tan enfebrecidamente como nuestro mundo occidental actual; pero, hacia la mitad del siglo II d. C., hallamos que la paz reina desde el Ganges al Tyne. Toda esta vasta área que se extiende desde la India a Britania, en la que la civilización grecorromana se ha propagado por la fuerza de las armas, está dividida en este momento de la Historia nada menos que en tres estados, y los tres intentan vivir, pegados unos a otros, con la mínima fricción posible. El Imperio romano, a todo lo largo de las costas del Mediterráneo; el Imperio parto, en Irak e Irán; el Imperio kushan, en Asia Central, Afganistán e Indostán, cubren el conjunto del mundo grecorromano. Y, aunque los constructores y dueños de estos tres imperios NO son griegos de origen, todos sonfilohelenos”, nombre del que se sienten orgullosos; es decir, consideran que es deber y privilegio suyo el fomentar la cultura griega y aplaudir las autonomías municipales, en las que se conserva vivo este modo de vida griego.


El tema de este ensayo se reducía a intentar una definición del espíritu revolucionario y anunciar su fenecimiento en Europa. Pero he dicho al comienzo que ese espíritu es tan sólo un estadio de la órbita que recorre todo gran ciclo histórico. Le precede un alma tradicionalista, le sigue un alma mística, más exactamente, supersticiosa. Tal vez el lector sienta alguna curiosidad por conocer qué sea esa alma supersticiosa en que desemboca el período de las revoluciones. Pero acaece que no es posible hablar sobre el asunto de otro modo que largamente. Las épocas post-revolucionarias, tras una hora muy fugaz de aparente esplendor, son tiempos de decadencia. Y las decadencias, como los nacimientos, se envuelven históRICAmente en la tiniebla y el silencio. La historia practica un extraño pudor que le hacer correr un velo piadoso sobre la imperfección de los comienzos y la fealdad de las declinaciones nacionales. Ello es que los hechos de la época "helenista" en Grecia, del medio y bajo Imperio en Roma, son mal conocidos por los historiadores y apenas sospechados por la generalidad de los cultos. NO hay, pues, manera de poder referirse a ellos en forma de breve alusión.


Examinemos ahora lo que alienta en los corazones y espíritus de los millones de griegos y romanos y de los muchos más millones de helenizados y semihelenizados ex orientales y ex bárbaros que viven bajo la protección de una paz romano-parto-kushana en el siglo II1.

Las aguas de la guerra y de la revolución, que cubrieron las almas de los bisabuelos de esta generación, se hallan ahora en reflujo, y la pesadilla de aquel tiempo de perturbaciones ha cesado, hace tiempo, de ser un recuerdo vivo.   La vida social se ha estabilizado, gracias a la habilidad constructiva de los hombres de Estado; y, aunque el nuevo orden NO ha logrado los ideales de justicia social, es tolerable incluso para los campesinos y el proletariado, en tanto que para todas las clases es, sin disputa, preferible a la anarquía ismaelita, a la que ha puesto cumplido fin.   La vida es ahora más segura de lo que fue en la época precedente; pero, por esta misma razón, es también más monótona.   Como anestésicos humanos, un César, un Arsaces y un Kanishka han sacado el aguijón de aquellas cuestiones políticas y económicas, tan excitantes en otro tiempo y ahora ya casi olvidadas, que fueron la sal, así como el veneno, de la vida humana.   La benévola actuación de un eficaz gobierno autoritario ha creado, inintencionadamente, un vacío espiritual en las almas humanas2.


Sólo a riesgo de malas interpretaciones me atrevería a satisfacer la curiosidad del lector (¿hay en nuestro país lectores curiosos?) diciendo lo siguiente:

El alma tradicionalista es un mecanismo de confianza, porque toda su actividad consiste en apoyarse sobre la sabiduría indubitada del pretérito. El alma racionalista rompe esos cimientos de confianza con el imperio de otra nueva: la fe en la energía individual, de que es la razón momento sumo. Pero el racionalismo es un ensayo excesivo, aspira a lo imposible. El propósito de suplantar la realidad con la idea es bello, por lo que tiene de eléctRICA ilusión, pero está condenado siempre al fracaso. Empresa tan desmedida deja tras de sí transformada la historia en un área de desilusión.


¿Cómo se llenará este vacío espiritual?   Esta es la gran cuestión en el mundo grecorromano en el siglo II d. C.; pero los espíritus sofisticados de los funcionarios y de los filósofos se hallan todavía en la ignorancia de que existan tales cuestiones en la agenda. Las personas que han leído las señales de los tiempos y que han actuado a la luz de estas indicaciones no son más que oscuros misioneros de media docena de religiones orientales.   En el prolongado encuentro entre el mundo y los griegos y los romanos, estos predicadores de religiones desconocidas han quitado suavemente la iniciativa de manos griegas y romanas, tan suavemente, que aquellas duras manos NO han sentido el contacto y, hasta ahora, NO están alarmados.   Pero, a pesar de todo, la marea, en este probar sus fuerzas los griegos y los romanos con el mundo, se ha replegado.   La ofensiva grecorromana ha perdido su fuerza; una contraofensiva está llegando; pero a este contramovimiento todavía NO se le conoce en lo que vale, porque se está lanzando en un plano diferente.   La ofensiva ha sido militar, política y económica; la contraofensiva es religiosa.   Este nuevo movimiento religioso tiene ante sí un prodigioso futuro, como el tiempo va a mostrar.   ¿Cuáles serán los secretos de sus éxitos venideros?   Hay tres, los que a continuación vamos a indicar.

Un factor que, en el siglo II d. C., está favoreciendo la ascensión y difusión de las nuevas religiones es el cansancio de las colisiones entre las culturas3.


Después de la derrota que sufre en su audaz intento idealista, el hombre queda completamente desmoralizado. Pierde toda fe espontánea, no cree en nada que sea una fuerza clara y disciplinada. Ni en la tradición ni en la razón, ni en la colectividad ni en el individuo. Sus resortes vitales se aflojan, porque, en definitiva, son las creencias que abriguemos quienes los mantienen tensos. No conserva esfuerzo suficiente para sostener una actitud digna ante el misterio de la Vida y el Universo. Física y mentalmente, degenera. En estas épocas queda agostada la cosecha humana, la nación se despuebla. No tanto por hambre, peste u otros reveses, cuanto porque disminuye el poder genésico del hombre.

Con él mengua el coraje viril. Comienza el reinado de la cobardía –un fenómeno extraño que se produce lo mismo en Grecia que en Roma, y aún no ha sido justamente subrayado–. En tiempos de salud goza el hombre medio de la dosis de valor personal que basta para afrontar honestamente los casos de la vida. En estas edades de consunción, el valor se convierte en una cualidad insólita que sólo algunos poseen. La valentía se torna profesión, y sus profesionales componen la soldadesca que se alza contra todo poder público y oprime estúpidamente el resto del cuerpo social.


Hemos visto a los orientales respondiendo al reto de una cultura griega radiactiva según dos líneas antitéticas.   Hubo estadistas de la escuela de Herodes el Grande que, para poder vivir en un ambiente cultural grecorromano, prescribían aclimatación a ese ambiente, y hubo fanáticos cuyas prescripciones insistieron en ignorar el cambio de clima y continuar conduciéndose como si tal cambio no hubiera ocurrido.   Después de un agotador ensayo de estas estrategias, el fanatismo quedó desacreditado por desastroso, mientras que la política de Herodes se desacreditó por insatisfactoria.   Con cualquiera de estas dos estrategias, esta guerra cultural no podía conducir a ninguna parte y la moraleja de este anticlímax es que ninguna cultura humana particular puede hacer su presuntuoso intento de constituirse en talismán espiritual.

Los espíritus desilusionados y los corazones decepcionados están, en este tiempo, dispuestos a aceptar un evangelio que se eleve sobre estas áridas pretensiones y antipretensiones culturales.   Existe, pues, una oportunidad para una sociedad nueva en la que no habrá ni escitas, ni judíos, ni griegos, ni esclavos, ni libres, ni varones, ni hembras; una sociedad en la que todos serán uno en Jesucristo o en Mitra, Cibeles o Isis, o en uno de los Bodhisattwas, un Amitabha o quizá un Avalokita.


Esta universal cobardía germina en los más delicados e íntimos intersticios del alma.    Se es cobarde para todo.   El rayo y el trueno vuelven a espantar como en los tiempos más primitivos.    Nadie confía de triunfar de las dificultades por medio del propio vigor.   Se siente la vida como un terrible azar en que el hombre depende de voluntades misteriosas, latentes, que operan según los más pueriles caprichos.   El alma envilecida no es capaz de ofrecer resistencia al destino, y busca en las prácticas supersticiosas los medios para sobornar esas voluntades ocultas.   Los ritos más absurdos atraen las adhesiones de las masas.    En Roma se instalan pujantes todas las monstruosas divinidades del Asia que dos siglos antes hubieran sido dignamente desdeñadas.


Un ideal de fraternidad humana que sobrepase las colisiones de cultura es, pues, el primer secreto del éxito de estas nuevas religiones; y el segundo secreto es que estas nuevas sociedades, abiertas a todos los seres humanos, sin discriminaciones culturales, clasistas o de sexo lleven también a sus miembros a una salvadora unión con un ser sobrehumano, pues la lección de que la naturaleza humana, sin la gracia de Dios, NO es suficiente se ha grabado profundamente ahora en los corazones de una generación que ha presenciado la tragedia de un tiempo de perturbaciones seguido de la ironía de una paz ecuménica.

Hasta dos especies de dioses humanos, por lo menos, se han ensayado hasta este momento, y las dos son consideradas deficientes.   El militar deificado ha constituido un flagrante escándalo.   Alejandro, como los piratas tirrenos le dijeron en su cara, en la historia que nos cuenta San Agustín, habría sido llamado NO un dios, sino un bandido, si hubiera hecho lo que hizo con un par de cómplices en lugar de con un ejército completo.   ¿Y el policía deificado?   Augusto se ha convertido en un policía, por haber liquidado a todos sus gánster y compinches; hay que estarle agradecidos por ello; pero, cuando se nos requiere para que le expresemos nuestra gratitud, adorándole como a un dios, a este gánster regenerado, NO podemos cumplirlo con mucha convicción o entusiasmo; y, sin embargo, nuestros corazones están hambrientos por una divinidad a la que podamos adorar en cuerpo y alma.


Ahora Jesús es más que su padre, o al menos lo iguala, digo, no sé, les tiro la pelota.   El padre NO le ha revelado todo, pero, perdón, ¿de quién fue la culpa? ¿Debería haberlo hecho?   ¿Debería habérselo dicho?   Si le hubiera dicho, Jesús por lo menos tendría una excusa, pero por favor.   Y encima el Jesús W. Bush se niega a ser llamado Dios, pero nosotros estamos a punto de convencerlo.

Elfriede Jelinek. Ñ. 2003


En suma: incapaz el espíritu de mantenerse por sí mismo en pie, busca una tabla donde salvarse del naufragio y escruta en torno, con humilde mirada de can, alguien que le ampare. El alma supersticiosa es, en efecto, el can que busca un amo.   Ya nadie recuerda siquiera los gestos nobles del orgullo, y el imperativo de libertad, que resonó durante centurias, no hallarían la menor comprensión.   Al contrario, el hombre siente un increíble afán de servidumbre.   Quiere servir ante todo: a otro hombre, a un emperador, a un brujo, a un ídolo.   Cualquier cosa, antes que sentir el terror de afrontar solitario, con el propio pecho, los embates de la existencia.

Tal vez el nombre que mejor cuadra al espíritu que se inicia tras el ocaso de las revoluciones, sea el de espíritu servil.

El Ocaso de las Revoluciones.

José Ortega y Gasset. 1925.


En lugar de los -comparativamente- inocentes gritos de vendedores o heraldos anunciando sus mercancías o sus noticias, tenemos hoy en día la publicidad y la propaganda: artes explícitamente encaminadas a inclinar la mente del público hacia ventajas partidistas. El proceso es semejante al de una lotería, que se abastece de la debilidad humana y de las desilusiones populares para beneficio de intereses parciales que probablemente son, en sí mismos, hueros y decepcionantes.

He visto, luego de la era victoriana, elevarse a los aires el diluvio comercial que cubría la tierra, y acelerar la invención y el movimiento como para envolver completamente a la humanidad.   Esto ha sido acompañado por un súbito, aunque no confesado, colapso de las convicciones teóricas y artísticas que, durante el siglo XIX, mantenían en sujeción al educado mundo capitalista.   La convicción ha desertado de la mente civilizada; y una buena conciencia existe solamente en la extrema izquierda, en esa masa crudamente desilusionada de humanidad pletórica que quizás forma la sustancia de otra marea material destinada a barrer los remanentes de nuestras viejas vanidades, y alimentar nuevas y propias vanidades.

George Santayana. Dominaciones y Potestades. 1951.


Con los dioses que han hecho su epifanía con las nuevas religiones estamos en presencia de divinidades a las que podemos dedicarnos con todo nuestro corazón, nuestro espíritu y nuestras fuerzas.   Mitra nos conducirá como nuestro capitán.   Isis nos cuidará como nuestra madre.   Cristo se ha desprendido de su poder divino y de su gloria para encarnarse como hombre y ser crucificado por amor a nosotros.   Y, por nuestro amor, igualmente, un bodhisattwa, que ha alcanzado el umbral del Nirvana, se ha abstenido de dar el último paso hacia la felicidad.

Este heroico explorador se ha condenado deliberadamente a seguir vagando en el doloroso camino de la existencia eternidades tras eternidades; y ha hecho este gran sacrificio por amor a sus hermanos, cuyos pies él puede guiar hacia la salvación durante tanto tiempo como pague el inmenso precio de permanecer él mismo como un ser que siente y sufre.

Estos fueron los mensajes de las nuevas religiones a una mayoría de la Humanidad que, durante la época de paz imperial, estaba cansada y gravemente abrumada, como sin duda lo está en todos los tiempos y lugares.

Pero, ¿Qué ocurre con la minoría dominante griega y romana que había devastado el mundo conquistándolo y saqueándolo y que ahora patrullaba por las ruinas como gendarmes por cuenta propia?    “Hacen un desierto y lo llaman paz”, es el veredicto que, sobre su labor, uno de sus propios hombres de letras pone en boca de una de las víctimas bárbaras4.

¿Cómo responderían estos cínicos y sofisticados dueños del mundo, los griegos y los romanos, al desafío de la contraofensiva del mundo sobre el plano religioso, que era la respuesta del mundo a la anterior ofensiva sobre el plano bélico y político de sus gobernantes?

Si examinamos los corazones de los griegos y los romanos de la generación de Marco Aurelio, hallamos también en ellos un vacío espiritual, pues estos primeros conquistadores del mundo, semejantes a nosotros, que somos su actual contrapartida occidental, habían desechado hacía mucho tiempo su religión ancestral.   El modo de vida que eligieron para sí mismos, y que ofrecieron a todos los orientales y bárbaros a los que colocaron bajo la influencia cultural griega, fue un modo secular, en que se encomendaron al intelecto los deberes del corazón, creando filosofías que ocuparon el lugar de la religión.

Estas filosofías, que eran para liberar el espíritu, ataban el alma a la dolorosa rueda de la ley natural.   “De arriba abajo, de acá para allá, vueltas y vueltas: éste es –se confesaba el emperador filósofo Marco Aurelio– el ritmo del universo, monótono y carente de sentido.   Cualquier hombre de inteligencia media que haya llegado a la edad de cuarenta años habrá experimentado todo lo que ha sido, lo que es y lo que está por venir”.

Esta desilusionada5 minoría dominante griega y romana sufría, en efecto, la misma hambre espiritual que la mayoría de la Humanidad contemporánea; pero las nuevas religiones que se ofrecían ahora a todos los hombres y mujeres, sin distinción de personas, se habrían atragantado en la garganta de un filósofo si los misioneros NO hubieran endulzado para él la extraña píldora; así, por amor de realizar su última y más dura tarea de convertir a un obstinado coro de público pagano, de educación griega, las nuevas religiones se vistieron con diversos trajes griegos.   Todas ellas, desde el budismo al cristianismo inclusive, se ofrecieron visualmente con un estilo artístico griego, y el cristianismo avanzó aún más al presentarse intelectualmente como filosofía griega.

Este, pues, fue el último capítulo en la historia del encuentro del mundo con los griegos y los romanos.   Después que los griegos y los romanos conquistaron al mundo por la fuerza de las armas, el mundo hizo prisioneros a sus conquistadores, convirtiéndolos a las nuevas religiones, las cuales dirigían su mensaje a todas las almas humanas, sin discriminar entre gobernantes y sometidos, o entre griegos, orientales y bárbaros.   ¿Se escribiría algo semejante a esta históRICA catástrofe del pasado grecorromano en la historia –aún por terminar– del encuentro del Mundo con el Occidente?

NO podemos decirlo, puesto que NO podemos predecir el futuro.   Solamente podemos observar que algo que realmente ha sucedido una vez en otro episodio de la Historia debe ser, al menos, una de las posibilidades que se alzan ante nosotros.

El Mundo y Occidente. Arnold Toynbee, 1955.


Es una frase hecha la de que el hombre está hoy en una encrucijada, pero es la pura verdad. No lo encuentro alarmante, porque el hombre ha estado muchas veces en encrucijadas6 y, sobre todo, porque estar en una encrucijada quiere decir tener aún la posibilidad de elegir. Lo peor sería estar en un callejón sin salida.

La encrucijada en que estamos, o vamos en camino de estar, todos es la última de una serie de encrucijadas. Estudiar éstas no es nada impertinente para comprender la situación actual.

He aquí al cínico.   NO es sólo un hombre que posee una determinada doctrina filosófica.   Al referirse a la doctrina de Antístenes, Diógenes Laercio habló de una “forma de vida”. NO es una “forma de vida” cualquiera; es una realizada con tensión y esfuerzo.    El primero que lo intuyó, bien que con su peculiar ironía y moderación, fue Sócrates.   Al advertir la posibilidad de que la sociedad se estrangulara sí misma, o por superorganización o por anarquía, Sócrates hizo un descubrimiento capital: el que por debajo de la sociedad hay siempre el hombre.   El hombre (como entidad singular y a la vez como representante de todos los seres humanos) fue desde entonces para muchos filósofos aquel ser que no sólo tiene problemas, sino que es problema.

Este descubrimiento, sólo podía hacerlo quien sintiera en su vida un vacío no automáticamente colmado por la sociedad en torno.   Por consiguiente, a partir de Sócrates el hombre fue concebido con frecuencia como lo que queda una vez ensayados todos los ajustes posibles entre la sociedad y el individuo: el hombre NO pudo ser ya reducido a la función social ejercida.   Una parte esencial –para Sócrates, la parte esencial– quedaba sin función, sin raíces sociales, disponible.   El proceso que difundió esa doctrina dos siglos después de Sócrates NO se efectuó en el aire o en las solas cabezas de los filósofos.   Un creciente desplazamiento de los medios económicos, una acelerada “industrialización” de la sociedad helenística, la formación de una masa proletaria socialmente desarraigada contribuyeron decisivamente a la evolución ideológica.   Así, si el cinismo emergió gracias al descubrimiento hecho por Sócrates, sólo se desarrolló porque encontró un suelo social apropiado.   Nada de extraño que sea más fácil considerarlo como un fenómeno humano y social que como una fase en una abstracta “Historia de ideas”.   Esto explica su carácter “atmosférico”.

Es difícil medir el cinismo con el patrón habitual de los sistemas filosóficos... ¿Qué hizo el cínico desde Antístenes, o desde Diógenes, hasta el “último cínico” de la antigüedad, el filósofo Salustio?   Algo muy simple: elaborar doctrinalmente una actitud vital y verter la doctrina resultante en producciones filosófico literarias, cuya más constante expresión, especialmente a partir del siglo II a.C., fue la “diatriba”.   Esta ejerció la misma función que el zurrón y el cayado proverbiales.   Sirvió para que el cínico pudiera distinguirse del resto y, a la vez, ofrecerse de modelo al resto.   Por eso los cínicos, a pesar de su feroz individualismo, formaban una “escuela”.   En una época en que, lo mismo que ahora, proliferaban los grupos, las sectas, los círculos, NO había más remedio que adoptar la forma social más adecuada para todo el que, sin pretender el poder, quería ser algo para la sociedad –un fermento, quizás un germen.

Así, nuestra descripción se refiere al tipo cínico como a la “escuela cínica”. Ésta floreció en dos momentos.

Una fue la época de Diógenes.   La atmósfera se cargó hasta amenazar con un diluvio.   Es la época de confusión descrita por Dion Crisóstomo en el Octavo de sus Discursos.   La otra fue cuatros siglos más tarde.   Es la que nos describió Luciano de Samosata.   En el intermedio hubo un acontecimiento decisivo: el poder romano pareció poseer durante un tiempo la fuerza suficiente para estabilizar definitivamente a la sociedad.   La diferencia entre las dos épocas marcó la diferencia entre los dos cinismos.   En Grecia el cinismo fue una actitud intelectual; se dirigía a las minorías, a los capaces de vivir de ciertas ideas.    En Roma fue un fenómeno vital; sin ser siempre la filosofía de las clases desposeídas, manifestó una decidida tendencia a asimilarlas.

¿Qué fue, pues, el cinismo?  Reducidas sus diferencias a un común denominador, esto: un modo de afrontar la crisis.   Por lo pronto, consistió en acentuarla hasta el extremo.   Fue la filosofía de la inseguridad total, de la completa ausencia de arrimadura.   El mundo dentro del cual surgía el cinismo era un mundo lleno de amenazas.   De amenazas concretas.   Los temas de la antigua diatriba cínica –el destierro, la esclavitud, la pérdida de la libertad– NO eran meros tópicos retóricos: designaban realidades tangibles e inminentes. Hay ciertas épocas en las cuales los hombres descubren que pueden dejar de ser hombres.

Todo el esfuerzo se cifra entonces en mantenerse en pie.   El cínico adoptó esta línea de conducta.   Pero mantenerse en pie NO quiere decir aquí conservar las posiciones sociales: significa abandonarlas y concentrarse en un difícil imperativo: ser hombre.   El cínico aspiró a ser nada menos que todo un hombre.   Para ello renunció a lo que todos los demás consideraban el centro de sus vidas: a la acción.   Ante una sociedad en la cual creyó comprobar la inanidad de todo hacer, el cínico se decidió a suspender el movimiento.   Sin embargo, sería erróneo equiparar esta decisión con la que abundó en algunos primitivos medios cristianos; la suspensión cínica del movimiento NO era el permanecer en el estado en que se estaba cuando “se fue llamado”.   Pues en este último caso el hombre interrumpía su acción en virtud de la esperanza, mientras que en el primero aspiraba a la inmovilidad por desesperación.

Este es probablemente el sentido que, según Laercio, tenían las recomendaciones de Diógenes.   Éste alababa a los que estaban a punto de casarse y renunciaban a hacerlo, a los que intentaban emprender un viaje y NO partían, a los que pensaban consagrarse a la vida política y NO lo hacían.   Los cínicos nos hacen recordar una frase de Aristóteles, según la cual “hay cosas que es mejor NO verlas que verlas”.   La inmovilidad cristiana era aparente; suspender el movimiento era actuar como si no se actuara. Sólo así podía dejarse traslucir el movimiento interno, la tensión infinita de la esperanza. La inmovilidad cínica, en cambio, era real; toda tensión interior aparecía ante el cínico como una ilusión que debía se desenmascarada. Pero como no hacer absolutamente nada es imposible, toda su capacidad de actuación se concentró en una acción simple, insolente, descarnada: el desprecio.

De la sociedad no parecía quedar ya nada.   A lo sumo, su máscara: las convenciones.   Mas NO convenciones vivas, manifestaciones de una intensa fe, sino convenciones muertas, huellas borrosas y casi irreconocibles de viejas edades doradas.   ¿Qué hacer con ellas?   Podían, por ejemplo, aceptarse.  Así lo hacía casi todo el mundo.   La sociedad hallaba entonces la solución de su problema en una forma de vida que había alcanzado un gran florecimiento, pero que estaba ya casi exangüe: la “corrección”.   Nada de esto podía hacer el cínico. Su primer grito de combate fue: ¡Abajo las convenciones!   Para eso servía justamente el desprecio.   Pues el cínico NO creía aún –o había dejado ya de creer– que entre la sociedad moribunda y el individuo solitario pudiese haber otra cosa; NO admitía que entre el ser completamente sí mismo y el ser completamente otro hubiese un término medio: el ser para otro.

Fuera de uno mismo NO hay sino el vacío.   Nada puede colmarlo.   Por tanto, NO debe vacilarse en suprimirlo.   Las convenciones son un lazo que NO liga ya nada.  ¿Para qué esforzarse por conservarlo?   ¿Para qué guardar hipócritamente las apariencias?   Mejor es echarlo todo por la borda, NO vivir en falso.   He aquí la esencia del cinismo.   El cínico podía ser ascético o moderadamente hedonista.   Daba igual: lo único que pretendía era sobrevivir en medio del universal naufragio.   Decía –gritaba– a los demás, con la acción y con la palabra: “No creéis ya en nada; es vano que os esforcéis por disimularlo. ¿Por qué empeñaros en conservar vuestras hueras convenciones? Actuad como sentís, como sois: quizá de este modo conseguiréis lo único que en el fondo aspiráis: a salvaros”.

Toda la vida cínica, tensa a fuerza de relajación, tenía una sola finalidad: resistir con el desprecio, aniquilar el polvoriento caparazón de una sociedad muerta. El cínico fue, por ello, como ha dicho uno de sus mejores conocedores, un bastardo; un elemento extraño a la sociedad “clásica”. Pero no debe olvidarse que, a veces, la extrañeza respecto al presente encubre una afinidad con el futuro.   Y, en efecto, el cínico pareció preludiar algunas de las actitudes –el monasticismo– del cristianismo naciente.   A diferencia de éste, sin embargo, el cínico NO consiguió ninguna forma de paz interior; su vida siguió siendo una existencia desgarrada.    NO como resultado de una reflexión más o menos teóRICA sobre la soledad del hombre, sino como consecuencia de un previo desgarramiento interno de la sociedad humana.   De ahí que, a ciertas alturas llegase a ser difícil distinguir entre dos cosas tan distintas como son el cinismo del poder y el cinismo del espíritu.   La confusión se debió a que ambos fueron dos matices del mismo reflejo; dos formas de la misma voluntad de desprecio.   En todos los casos, el cinismo operó como un refugio –un refugio contra la sociedad, un refugio contra el mismo hombre.   Ambos eran igualmente imperiosos.   Pero, el cínico eludía todo imperio.  La coacción –exterior o interior–; he aquí el gran enemigo de lo que en última instancia buscaba: paz, quietud, sosiego.

Era difícil conseguirlo.   Y mucho más en un recinto tan angosto.   La debilidad del cínico consistió en pensar que podía encontrar en sí mismo, donde NO quedaban más que las ruinas de una sociedad ya exhausta, el vigor necesario para hacer frente a la situación.   A fuerza de buscar una solución verdaderamente radical, el cínico acabó por quedarse sin nada.   Tuvo que negarlo todo: el conocimiento, la vida civil, la posibilidad de la ayuda mutua y hasta la comunicación mutua.   Por eso el cinismo, que comenzó por ser una forma de vida desdeñosa del saber, tuvo que terminar por convertirse en una caRICAtura del saber, en un conocimiento abstracto y pálido de una forma de vida exánime.

Como todo radicalismo, el cinismo se mordió la colaAlgunos hombres podían ser cínicos.   Pero no podían serlo todos, ni siquiera una crecida cantidad de ellos.   Había que buscar, pues, otra solución.

Las Crisis Humanas.

José Ferrater Mora, 1983.


¿Por qué o para qué explicar el vivir y a los seres vivos? Los seres humanos modernos vivimos en conflicto, hemos perdido la confianza en las nociones trascendentes que antes daban sentido a la vida humana bajo la forma de inspiraciones religiosas, y lo que nos queda a cambio, la ciencia y la tecnología, no nos da el sentido espiritual que necesitamos para vivir.

Entrevista a Humberto Maturana Romesín, 1995.



¿No es verdad que odiamos la verdad y a los que nos la dicen y nos gusta que se equivoquen en favor nuestro, y que queremos ser tenidos por distintos de lo que efectivamente somos?

Pensées. Blaise Pascal


Esto es, en ética como en estética, la esencia del pecado: querer ser tenido por lo que no se es.

El Viejo Pepe. El Espectador.


NO es en el espacio donde debo buscar mi dignidad, sino en el arreglo de mi pensamiento.   NO poseería más aunque poseyera tierras: por el espacio, el universo me comprende y me devora como un punto; por el pensamiento, yo lo comprendo.

NO nos sostenemos en la virtud por nuestra propia fuerza, sino por el contrapeso de dos vicios opuestos, como permanecemos de pie entre dos vientos contrarios: suprimid uno de estos vicios; caeremos en el otro.

Es peligroso el hacer ver demasiado al hombre, cuán semejante es a los animales sin mostrarle su grandeza.   Es también peligroso hacerle ver demasiado su grandeza sin su bajeza.   Es más peligroso todavía dejarle que ignore lo uno y lo otro.   Pero es muy provechoso representarle lo uno y lo otro.

PARA MAÑANA. (PROSOPOPEYA.) –En vano, ¡oh hombres!, buscáis en vosotros mismos el remedio a vuestras miserias.   Todas vuestras luces NO os pueden llevar sino a conocer que NO es en vosotros mismos donde encontraréis la verdad ni el bien. Los filósofos os lo han prometido y no han podido cumplirlo. No saben ni cuál es vuestro verdadero bien ni cuál es vuestro verdadero estado. ¿Cómo hubieran podido dar remedios para vuestros males, ellos, que ni tan siquiera los han conocido?

Pensées. Blaise Pascal


A una colectividad siempre se le engaña mejor que a un hombre.           Pío Baroja


Verdaderamente, amigos... a quienes,

viendo acercarse ya las escuadrillas de bombarderos del capitalismo,

aún siguen preguntando cómo solucionaremos tal o cual cosa

y qué será de sus huchas y de sus pantalones domingueros después de una revolución,

a ésos poco tenemos que decirles.” Parábola de Buda sobre la casa en llamas.

Bertolt Brecht.


La salida, sin embargo, está siempre a la mano porque, a pesar de nuestra caída, todos sabemos que vivimos el mundo que vivimos, porque socialmente no queremos vivir otro.                     Emoción y Lenguaje en Educación y Política.

Humberto Maturana. 1989


Pero la cultura patriarcal también nos entrega la posibilidad de salir de ella con el único don NO engañoso que nos ofrece, y que es el entrelazamiento siempre honesto, si se da, de la emoción y la razón que es la reflexión. La reflexión es un acto que suelta las certidumbres y permite mirar a la propia circunstancia desde la biología del amor sin autoengaño, para luego construir lo que se desea mediante un razonar que se funda en premisas aceptadas con conciencia de ellas, desde el amor que es la emoción que hace posible el ver reflexivo en el ámbito relacional porque acepta el ver. La reflexión, como acto que entrelaza la emoción y la razón, nos permite salir de cualquier trampa.

Prefacio. Placer Sagrado.

Humberto Maturana. 1997

1Una sola precisión al respecto hay que hacerle al maestro de Oxford: Olvidó, ¡nada menos!, las sucesivas oleadas indoeuropeas que conquistaron, desde el 3000 a. de C., la zona descrita, principiando por los sumerios en el actual Irak. He ahí, en realidad, el substrato socio-cultural para el enfrentamiento y posterior “Guerra Fría” entre los imperios, “desde el Ganges al Tyne”, al que hace mención. Latinos, celtas, helenos, iranios e indos, todos ellos eran indo-europeos. Lee a Dumézil y Eliade. Nota del transcriptor.

2El NO y la caída del muro de Berlín pertenecen a esta misma matriz históRICA. Nota del transcriptor.

3¡Oh! No fue invento del chauvinista ideólogo yanqui Huntington. Pero igual, esta idea es bien anglosajona. Nota del transcriptor.

4¡Qué elocuentemente actual! Así son los clásicos de verdad, como Tácito. Nota del transcriptor.

5Nótese la coincidencia con el filósofo español en este punto, a pesar de las discrepancias entrambos en otros. Nota del transcriptor.

6Compárese con: Se trata de que, una vez más, el hombre se ha perdido. Porque no es cosa nueva ni accidental. El hombre se ha perdido muchas veces y a lo largo de la historia –más aún, es constitutivo del hombre, a diferencia de todos los demás seres, ser capaz de perderse, de perderse en la selva del existir, dentro de sí mismo, y, gracias a esa atroz sensación de perdimiento, reobrar enérgicamente para volver a encontrarse. La capacidad y desazón de sentirse perdido es su trágico destino y su ilustre privilegio.

El hombre y la gente. José Ortega y Gasset.


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